Mi abuelo participó de la fundación del club El Eslabón en 1940. Fue el primer presidente de esa institución, que resiste todavía al ascdio inmobiliario en la calle Sarmiento. Imagino que es lo mejor que hizo en su vida. Una placa, que casi nadie se detiene a mirar, lo recuerda.
Mi madre conoció a mi padre en un baile de carnaval en el club El Tala. Puedo decir que empecé a hacer vida de club desde antes de nacer. En mi carné social tengo cinco años. Nunca acepté que me cambiaran esa foto en blanco y negro donde miro a la cámara con aire asombrado. En el predio de la calle Cochabamba anduve en bicicleta, jugué a las escondidas, al fútbol, al básquet.
trepé a los techos, aprendí a nadar, coseché amigos y di mi primer beso.
El club es para un pibe de barrio el patio de su casa. Un espacio que evita el desamparo. Una plataforma de sueños.
Un refugio ante la inclemencia urbana.
En esos lugares fraternos todos son hijos e hijas de cualquiera. Don Escobar se siente con la autoridad suficiente de reprenderte aunque no te conozca. Doña
Beatriz puede preparar la merienda colectiva aunque no sepa ni los nombres de los niños que alimenta.
El club de barrio es un cosmos solidario y perfecto. Narrar sus historias pequeñas y grandiosas es una buena manera de protegerlos
Central Córdoba, Unidad y Tesón, Agrupación Infantil Oroño, CLEAR.
Morning Star, San Martín, Nueva Aurora, Latinoamérica Football Club y Social Zona Sud son contados en estas páginas.
Las crónicas de este libro van más allá de un registro posible, constituyen una apuesta al futuro defendiendo el presente.
Reynaldo Sietecase