Cómo reconstruir la vida de un hombre cuarenta y cinco años después de su muerte, cuando pocas son las personas aún en vida que lo conocieron y cuando los restos documentales son escasos o fragmentarios? ¿Qué podemos conocer de él, de sus modos, sus gustos, sus gestos, su forma de pen-sar, sus hábitos cotidianos, de la naturaleza de sus vínculos afectivos? ¿Cómo, entre papelitos dispersos, fotografías amarillentas y memorias igualmente corroídas por el tiempo, lograr conocer a mi abuelo?
En 2015, en uno de mis viajes a Argentina luego de vivir una década en Francia, retomé la idea que en algún momento había esbozado de escribir una biografía, al comprobar que -si googleábamos su nombre- los resultados eran escasos, casi nulos.
Me sorprendía que mientras hov se multiplica la presencia de las nuevas generaciones en Internet -sus imágenes, sus ideas y producciones-, alguien que en el pasado había impulsado proyectos relevantes apenas figurara.
Primer hijo rosarino de una familia catalana, Pedro J. Cristiá (1911-1973) fue ingeniero civil y un prolífico intelectual. Construyó, entre otras obras, el Estadio Norte, escenario de célebres veladas de box de los años cincuenta y sesenta, a la par del Luna Park. Además de incitar la fundación de escuelas, colaborar en la creación del Hospital de Niños Zona Norte y confeccionar un proyecto de subterráneos para Rosario, Cristiá lideró distintas entidades, alcanzando incluso -entre 1968 y 1970- la presidencia de la Confederación General Económica (CGE). Al retratar esa vida transcurrida en ámbitos dispares que iban del académico al industrial, pasando por la organización barrial, esta biografia ilumina también la de otros tantos rosarinos que, compartiendo con él iniciativas colectivas, perseguían el progreso de su barrio, su sector industrial, su ciudad y su país.